Fue un siglo tormentoso. La competencia entre las Coronas de Castilla y Portugal era tremenda. Estos dos imperios se disputaban el mundo occidental. Si bien es cierto que el tratado de Tordesillas, promovido por el Papa, establecía un principio de acuerdo para el reparto del mundo, el recién descubierto Océano Pacífico fue motivo de nuevas disputas.
Las islas Molucas llamaron enseguida la atención de esos dos imperios. En ese contexto, la Corona española encomendó a García Jofre de Loaisa una expedición a esas islas. La expedición, compuesta por siete naves y unos 450 marineros, partió de A Coruña en 1525 con el mandato de encontrar oro y especias y poner las Molucas bajo jurisdicción hispana.
El viaje de las siete naves no fue lo que hoy consideraríamos un crucero de placer. La Sancti Spititus se hundió en una tormenta cerca de las costas patagónicas. La Anunciada se perdió en el Atlántico al poco tiempo, al alejarse demasiado de la costa. Por último, la tripulación de la nao San Gabriel, se amotinó y volvió a la península.
Sólo cuatro carabelas entraron en el Pacífico, aunque no permanecieron juntas por mucho tiempo. Otra tormenta dispersó para siempre a los barcos. La nao capitana Santa María de la Victoria fue la única que consiguió llegar a las Molucas.
La nao San Lesmes desapareció poco después de entrar en el Océano Pacífico. Quizás corrió la misma suerte que otras muchas naos de la época. Es posible que esa carabela se hundiera y sus tripulantes recibieran el último descanso en el fondo del mar. Pero hay motivos para pensar que esa embarcación tuvo una suerte distinta.
No se hundió
El australiano Robert Langdon es catedrático de Historia de la Navegación del Océano Pacífico. Ex periodista, reunió lo fundamental de su teoría en sus obras “The Lost Caravel” y “The Lost Caravel Reexplored”. Según esa hipótesis, la San Lesmes no se hundió y algunos marineros, vascos y gallegos en su mayoría, consiguieron sobrevivir, dejando rastros de su odisea en Polinesia y Nueva Zelanda.
Según Langdon, una vez dentro del Océano Pacífico la nao San Lesmes puso rumbo a las Molucas, pero quedó encallada en el atolón de Amanu, en la actual Polinesia Francesa. La tripulación tuvo que desprenderse de los cañones para poder desencallar la nave. Una vez conseguido esto pasaron un tiempo en la isla de Anaa, donde se relacionaron con algunas mujeres y tuvieron descendencia. La tripulación, o su descendencia, se dispersó por varias islas del Pacífico – Nueva Zelanda, Tahití y Rapa Nui, entre otras-, dejando en ellas algunas influencias y pistas de su periplo.
Para establecer el destino de las carabelas, Langdon ha recurrido a pistas genéticas, históricas y arqueológicas. Por ejemplo, un estudio realizado en París demostró que los cañones encontrados en el atolón de Amanu fueron manufacturados a principios del siglo XVI. Langdon cree que esos cañones pertenecen a la San Lesmes.
Otra serie de pistas apoyan la teoría de Langdon. Por ejemplo, sigue siendo un misterio cómo y cuándo se introduce la batata en Nueva Zelanda. Según Langdon fue la tripulación de la San Lesmes la que introdujo este tubérculo. Precisamente en estos últimos años ésta ha sido una nueva línea de investigación para el historiador australiano.
Los maoríes construían hacia el siglo XVI una especie de almacén especial para guardar las batatas. Estaba levantado sobre piedras a fin de proteger los tubérculos de los roedores. Precisamente la misma forma y función que el hórreo gallego. Miembros de la sociedad gallega Pedro Sarmiento de Gamboa le hicieron llegar a Langdon un dato novedoso: esos almacenes son denominados “pataca” en lengua maorí, la misma palabra que sirve en gallego para denominar a la batata.
Por otro lado, los europeos que se acercaron a la zona dos siglos y medio después encontraron algunas cosas curiosas. El periodista donostiarra José Manuel Alonso Ibarrola ha seguido el rastro al capitán getariarra Domingo de Bonetxea. En el siglo XVII tanto Bonetxea como el famoso capitán Cook, encontraron varias sorpresas en Tahití. “Los lugareños saludaban dando la mano, sabían orientarse mediante estrellas, algunas palabras parecían castellanas, las caras de algunos indígenas tenían gran similitud con las de los occidentales… además Bonetxea afirma en uno de sus cuadernos de navegación que en llegó a ver una cruz”, explicó Alonso Ibarrola en un artículo aparecido en el diario Egin en 1993.
Otras posibilidades
La de Langdon no es la única hipótesis sobre la cuestión, aunque sí la que más fama ha adquirido. El francés Roger Hervé trabajó otra teoría: la San Lesmes llegó a Australia tras pasar por Nueva Zelanda y Tasmania. Tras un amargo recorrido, los marineros fueron atrapados por los portugueses. Hervé basa su propuesta en algunos restos hallados en la zona, aunque el influjo dejado por los marineros de la San Lesmes es bastante más limitado en este planteamiento.
Las investigaciones desarrolladas por otros expertos van más en la línea de Hervé. Francisco Mellen, presidente de la Asociación Española de Estudios del Pacífico, nos hizo llegar su opinión: “No hubo tal naufragio de la San Lesmes en las Tuamotu. La carabela siguió rumbo oeste para tocar las costas australianas”. En lo referente a los cañones, nos dice que son restos de un buque del siglo XVIII, “nada tienen que ver con la carabela del siglo XVI”.
Annie Baert es profesora de castellano en Papeete y Doctora en Estudios Ibéricos. Para ella, el verdadero misterio está en determinar el recorrido de la carabela. La teoría de Langdon es inaceptable en su opinión.
El australiano distinguió tres tipos de influencias: genética, material y espiritual.»Si es delicado explicar lo de la influencia genética, en cambio no se puede sostener la influencia material, a no ser que se considere a los polinesios como un pueblo subdesarrollado”. En cuanto a la influencia espiritual, Annie también se muestra contraria. “Me parece difícil que en tan poco tiempo se hayan podido introducir tales creencias religiosas. Además, los polinesios no necesitaban ningún extranjero para imaginar mitos sobre la creación del mundo”.
Independientemente de que sea Langdon o Hervé quien tenga razón, las culturas del Océano Pacífico son fuente de innumerables sorpresas para quienes tienen la suerte de acercarse a ellas. Los hondarribiarras Santi González y May Errazkin dieron la vuelta al mundo en un velero junto a sus hijos Urko y Zigor. Pasaron mucho tiempo en multitud de islas del Pacífico y, por supuesto, también fondearon su barco en Tahití.
Lo narrado por Santi en su libro Aventura a toda vela da qué pensar: “Cuando empezamos a aprender el polinesio nos dimos cuenta de que muchas palabras vascas y polinesias coinciden en significado y pronunciación: aitá, aitona, maitea, titia… También contemplamos incrédulos, Mayi y yo, un espectáculo de arrijasotzailes, o levantadores de piedra vascos, efectuado por los enormes tahitianos con arreglo a su tradición. Incógnitas del Pacífico.”
Interesante artículo. Soy Gallego de esos que vive bien lejos… y estoy recopilando información en oleadas (cuando la curiosidad aprieta y el tiempo lo permite) desde hace varios años sobre la San Lesmes. Mi idea es que, de ser correcto el hecho de que gallegos -y posiblemente vascos- se establecieron en Nueva Zelanda, dejando su rastro cultural y linguístico… seríamos los primeros pueblos que, en el transcurso de una misma generación, nos establecemos en las antípodas de nuestro origen. Qué te parece?!
te doy otro dato
en el cuartel de la policía local de a coruña hay un árbol de nueva zelanda que tiene entre 400 y 500 años de antiguedad