Los mineros de la fe

Otra vez me había vuelto a perder. Acerqué el coche al arcén en un cruce de carreteras y di comienzo a una a mi particular pelea contra uno de esos mapas que siempre resultan demasiado grandes y poco precisos. Giré el mapa a la derecha y la cabeza a la izquierda.

Inmerso en aquella curiosa gimnasia de la desorientación, no me había dado cuenta de que alguien había parado a mi lado su todoterreno. Parecía haberse apiadado de mi cómica situación. Me preguntó si necesitaba ayuda.

– Para ir a Laño, sigue por esta misma carretera hasta Baroja y desde allí toma un camino que sale a la derecha de la iglesia. Hay algún bache, pero se puede ir bastante bien.

Es lo que tiene la cosmovisión desde un todoterreno. Según me iba adentrando en el camino pude comprobar con espanto que los “baches” eran en realidad verdaderos cráteres. Mi pobre 307 tampoco parecía estar muy de acuerdo con el concepto de bache que tenía el lugareño, y protestó calándose un par de veces.

El cielo se había transformado de un azul plomizo a un gris oscuro cuando conseguí encontrar la ermita de Nuestra Señora de la Peña. Auténtica magia en estado puro.

Fue la primera vez que me acerqué a ese lugar. Desde aquel día, han sido bastantes las ocasiones en que me he dejado seducir por la visita a unos parajes injustamente tratados y muy poco valorados: en el Condado de Treviño, las localidades de Faido, Laño y Marquinez esconden verdaderas joyas esculpidas en piedra.

Eremitas en Treviño

Me introduzco en el recinto excavado en la roca. Los ojos tardan en acostumbrarse, ya que el contraste entre la oscuridad del recinto y la luz exterior es extremo. Su acústica impresiona. A mis pies, una serie de tumbas.

Datadas hacia los siglos VI y VII, algunas cuevas son agujeros diminutos y claustrofóbicos. Otras son recintos de dos o tres metros cuadrados. Y hay también verdaderas ermitas talladas en la arenisca, con varias estancias comunicadas entre si.

La mayor parte de las cuevas eremíticas de Treviño se extienden a ambas márgenes del pequeño valle que da acceso al pequeño pueblo de Laño. Una serie de moles de arenisca que comparten una particularidad: fueron durante muchos años morada de personas que decidieron retirarse de la sociedad de su tiempo. Santorkaria a la izquierda, con dos decenas de cuevas, y el conjunto de Las Gobas a la derecha, con once cuevas artificiales.

No es difícil imaginar la tremenda soledad que podían “disfrutar” aquellas gentes que habían decidido emplear su vida en semejante aventura espiritual.

Al entrar en algunas de ellas, angostas y asfixiantes, uno no puede sino sobrecogerse y preguntarse sobre el por qué de tan drástica decisión.

Buscando a Dios en las rocas

En los primeros tiempos del cristianismo fueron muchos los que optaron por escapar de la vida “mundana” y entregarse por completo al espíritu. Así, en un tiempo a caballo entre lo salvaje y lo divino, Dios se convirtió en el centro absoluto de las vidas de mucha personas.

En ese intento de alejarse del mundo, fueron diversas las fórmulas empleadas por aquellos hombres y mujeres. Muchos de ellos llevaron su fervor religioso al extremo. Algunos eligieron un camino público y ostentoso, como aquel San Simeón de Siria, que pasó más de treinta años arengando y delirando sobre una columna a 20 metros de altura. Otros se hicieron emparedar de por vida en unos pocos metros cuadrados. Pero la gran mayoría de estos creyentes eligieron pasar sus días en la soledad de los montes. Fueron los eremitas, aquellos que profesaban su fe en las oquedades de las rocas.

A día de hoy son pocas las referencias fiables que tenemos en torno los anacoretas de estas tierras, y aún así hemos de ser conscientes de que esas pocas informaciones están contaminadas por el devenir de los tiempos. Así, un eremita como San Millán fue convertido por la propaganda de épocas no tan pretéritas en un auténtico guerrero “mata moros”.

Lo único que parece claro es que el movimiento eremita entró en declive debido fundamentalmente a la intervención de la Iglesia. La jerarquía eclesiástica, preocupada por un movimiento que escapaba a su dominio, intentó canalizar aquellas sinergias de un modo mucho más controlable. Así, el retiro del mundo pasó a ser algo estrictamente organizado y fundamentado en unas reglas. Se desarrollaron de este modo las órdenes monásticas que hoy nos son tan familiares. Y aunque siguieron existiendo eremitas, el movimiento pasó a resultar algo anecdótico.

Pequeñas joyas en la piedra

Las cuevas de Laño no son, ni mucho menos, las únicas del entorno. Sin salir del Condado de Treviño, encontramos cuevas eremíticas en Markinez y en Faido. En este último enclave se da un curioso ejemplo de superposición, una suerte de símbolo del intento eclesiástico por controlar el eremitismo. Así, sobre una cueva artificial del siglo VI se erigió hacia el siglo XIII la actual ermita de Nuestra Señora de la Peña.

En cuanto al conjunto de cuevas de Markinez, la sacralidad de la zona se ha mantenido hasta hoy durante cientos de años. Así, muy cerca de las cuevas eremíticas se construyó en 1226 una pequeña y deliciosa ermita dedicada a San Juan.

Sin embargo, en las “gobas” de Laño no ha habido superposición de elementos sagrados. Por alguna razón que desconocemos, aquel lugar sagrado fue olvidado y relegado a la categoría de refugio ocasional de pastores.

Hoy los viejos roquedos tienen otros moradores. Pequeñas rapaces y córvidos son los nuevos eremitas. Una pareja de aviones comunes planea inquieta en torno a los recuerdos de una forma de vida que hoy nos es difícil asimilar.

En un intento por comprender aquella locura, con una extraña mezcla de curiosidad y morbo, me he introducido en una de esas pequeñas oquedades intentando contagiarme de algún modo de los sentimientos de aquellos eremitas. Cierro los ojos y dejo fluir mis pensamientos. Vano intento el del hombre del siglo XXI. Repentinamente, un pensamiento tan mundano como inesperado se ha apoderado de mi mente en blanco.

Estamos a 31 y van a pasar la hipoteca.


Paisaje sonoro en Faido . Las gotas de lluvia caen frente a la cueva. Un cárabo hace sus primeras llamadas mientras un lejano ladrido llega desde el pueblo. [470 KB ]

Un comentario

  1. El artículo es hermoso, pero me parece importante aclarar que para llegar a Faido y y Marquínez sí es preciso salir del Condado de Treviño; los dos pueblos pertenecen a la provincia de Álava. El único treviñés es Laño.

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