El Canciller de Castilla Pedro López de Ayala incluyó a varios miembros de su familia en una obra de arte que fue restaurada en 2017.
Viéndose privado de libertad en las mazmorras del castillo portugués de Ovidos, uno de los hombres más poderosos de su tiempo se encomendó a la Virgen de su tierra natal. La fortuna –en sentido literal: 30.000 doblas de oro- puso fin a aquellos quince meses de cautiverio en manos de los portugueses. Hasta los reyes Juan I de Castilla y Carlos VI de Francia se rascaron los bolsillos para contribuir al pago del rescate de Pedro López de Ayala (1332-1407), quien, unos años más tarde, llegaría a convertirse en Canciller de Castilla. Fue poeta y cronista de su época, pero, sin duda, los reyes de Castilla estimaron sus dotes como diplomático y consejero.
En un siglo especialmente convulso como el XIV, López de Ayala supo desenvolverse con soltura a lo largo de cuatro reinados ciertamente convulsos. Sirvió a Pedro I y a Enrique II, los dos hermanos cuyas disputas por el trono llevaron a Castilla a una guerra civil. Después, estuvo al servicio de Juan I y Enrique III, y trabó amistad con los reyes de Francia.
Pese a que en un principio había apoyado al rey Pedro I, López de Ayala combatió en el bando de Enrique de Trastamara en la batalla de Nájera (1367), portando, como alférez, la insignia de la Orden de la Banda. La batalla fue un desastre para Enrique, pero el ayalés tuvo la suerte de caer prisionero de los aliados ingleses que apoyaban a Pedro I. De esta forma, pudo librarse de la venganza del que ha pasado a la Historia como Pedro I el cruel.
Tras el pago de ese primer rescate, López de Ayala volvió al servicio del rey. Entre 1378 y 1379 viajó a la corte del rey francés Carlos V, a fin de fortalecer la alianza con el vecino del Norte. Tras la muerte del rey francés, realizó otras embajadas. Sus logros fueron más allá de la esfera estrictamente política, llegando al ámbito económico: tras su participación en la batalla de Roosebeke, que enfrento a franceses y flamencos en 1382, consiguió que la lana castellana sustituyera a la inglesa en los telares de Flandes.
En 1385 fue hecho prisionero por segunda vez en la batalla de Aljubarrota, en la que Juan I de Castilla fue derrotado por los portugueses. Tras quince meses en prisión, y con el pago de las referidas 30.000 doblas, pudo volver a su labor diplomática. Fue además camarero mayor (una suerte de ministro de Hacienda), miembro del consejo de regencia durante de la minoría de edad de Enrique III y medió además en la disputa sobre el Cisma de Occidente que enfrentó a los papas de Roma y Aviñón.
En octubre de 1394, tras años de intensa actividad al servicio de la Corona, regresó a su casa palacio en Quejana (Álava), donde cumplió las promesas ofrecidas a la Virgen durante su segundo cautiverio. Su padre, Fernán Pérez de Ayala, había fundado allí un convento. Siguiendo la estela de su predecesor, Don Pedro ordenó construir una capilla en una de las torres del palacio, y encargó una obra artística compuesta por dos piezas que se convertirían en “dos de los ejemplares más estimados de la pintura gótica del siglo XIV», en palabras de la historiadora del arte Micaela Portilla.
La obra representa escenas de la vida y pasión de Jesucristo, pero López de Ayala ordenó incluir su propia imagen y la de algunos miembros de su familia. A la izquierda, aparecen Don Pedro y su hijo, bajo la bendición de San Blas. La escena se repite a la derecha, con las figuras orantes de su esposa, Leonor de Guzmán, y la nuera de ésta, María de Sarmiento, bajo la protección de Santo Tomás de Aquino. En la banda superior, aparecen los nietos del Señor de Ayala. Frente al conjunto, se encuentran las lápidas de alabastro de Don Pedro y su esposa Leonor, y, a los lados, las de los padres del canciller.
En 2017 el retablo y el frontal recuperaron su antiguo esplendor. Ese año, el Instituto de Arte de Chicago acometió un programa de restauración de la pintura, que fue vendida en 1913 por las monjas del convento y desde 1928 es propiedad del museo norteamericano. En la actualidad, en el conjunto monumental de Quejana, puede contemplarse una copia de la obra encargada por el poeta y diplomático alavés.