El arqueólogo español Alberto Pichardo lidera en Italia un proyecto pionero que emplea tecnología geofísica para tratar de hallar la sepultura del Papa Alejandro IV, el único pontífice cuyos restos están pendientes de ser localizados.
En el proyecto está involucrado un equipo multidisciplinar de en torno a 80 especialistas procedentes de diferentes universidades, como las de La Sapienza de Roma, Palermo, Granada o Génova. En la localidad italiana de Viterbo, donde fue enterrado Alejandro IV, trabaja un equipo de siete personas.
Alejandro IV fue papa entre 1254 a 1261. Las disputas políticas del momento le obligaron a huir de Roma. Con él comenzó “el exilio de los papas”, la época de 90 años la que los pontífices gobernaron la cristiandad desde fuera de Roma. Los primeros 20 años se vieron obligados a trasladar la silla de Pedro a Viterbo y durante otras siete décadas establecieron su residencia en la ciudad francesa de Aviñón.
Cuando Alejandro IV falleció, sus seguidores enterraron sus restos bajo la catedral de Viterbo, aunque el lugar concreto se dejó sin señalizar por miedo a que sus enemigos profanaran la tumba. Se trata de la única sepultura papal cuya ubicación oficial es desconocida para la iglesia católica. Pichardo y sus colaboradores tratan de acabar con esta situación.
El Instituto de Investigación Alejandro IV, creado por Pichardo, utiliza una docena de herramientas geofísicas aplicadas al campo de la arqueología. Técnicas como la tomografía eléctrica, una especie de TAC que se hace a la tierra. “Con ella llegamos hasta unos 30 metros bajo tierra, aunque con poca resolución de detalle”, explica Pichardo. También han utilizado el popular georradar, que ofrece una imagen de hasta seis metros de profundidad. “Tiene muchas limitaciones”, advierte el arqueólogo. “Si el terreno es pedregoso es muy difícil encontrar criptas excavadas en piedra”. Pichardo y sus colaboradores también han recurrido a detectores de metales, sobre todo para estudiar el interior de la catedral. Otras técnicas son la magnetometría, la tomografía sísmica o la microgravimetría.
“Cada metodología nos da una imagen de anomalías”, explica Pichardo. “Cosas que se salen de lo habitual en el terreno que se está estudiando. Se genera así una especie de “dibujo” a completar, con elementos que se salen de lo habitual en el terreno. “Nuestra función como arqueólogos es dar una interpretación de esos datos”, indica Pichardo. La combinación de todas esas imágenes proporciona a los investigadores pistas sobre el mapa que puede conducir al hallazgo. “Por ejemplo, con el georradar no hemos visto tumbas, pero con el detector de metales hemos localizado unas cajas metálicas, más pequeñas que tumbas (osarios), y con la microgravimetría hemos visto el espacio de esas estructuras”.
Pichardo y sus colaboradores tienen buena parte de ese mapa entre manos. En la zona donde todos los indicios documentales apuntan a que podría estar la tumba de Alejandro IV hay un subterráneo y una gran anomalía. Hasta el momento han localizado un muro perteneciente al antiguo templo etrusco-romano sobre el que se erige la catedral y, a su lado, el muro de la iglesia paleocristiana. Han encontrado además un túnel que va de la catedral a la plaza y que conduce a una cripta. Dentro pueden distinguirse estructuras metálicas que podrían corresponder a dos varas. “También podría tratarse de la tumba del sobrino de Alejandro IV, que fue asesinado para evitar que llegara a convertirse en papa”, explica Pichardo. El acceso a otro subterráneo y otras posibles tumbas bajo el suelo de la plaza son algunas de las sorpresas que ha deparado la investigación.
La búsqueda de los restos de Alejandro IV ha supuesto además una pequeña revolución en lo que respecta a la aplicación de este tipo de técnicas el campo de la arqueología.
“Nuestro proyecto ha sido el primero en aplicar todas estas metodologías en conjunto”, defiende Pichardo. Técnicas similares han sido utilizadas con posterioridad en otros proyectos, como el correspondiente a la localización de los restos de la Mona Lisa por parte de la Universidad de Florencia o el intento de hallar la sepultura de Miguel de Cervantes en Madrid.
Pocas dudas y muchas deudas
“El proyecto de búsqueda está completado en torno a un cuarenta por ciento, pero necesitamos financiación para seguir adelante”, confiesa Pichardo. Han sido varios años de duro trabajo de investigación histórica y arqueológica con el único sustento de créditos personales.
En noviembre de 2013 el Instituto presentó sus primeros resultados en la conferencia internacional sobre ingeniería geofísica que se celebró en los Emiratos Árabes. Pichardo defiende que la presencia en esta conferencia ha ayudado a incrementar la validez científica del proyecto, pero el gran escollo sigue siendo la falta de financiación.
“Tenemos el permiso para investigar en un total de seis hectáreas, incluyendo el jardín del obispado, en el palacio de los papas. También tenemos la potestad para sacar los restos del papa, pero necesitamos dinero para ello”, se lamenta Pichardo, quien comenzó el proyecto cuando tenía 25 años y a llegar a los treinta acumula una importante deuda personal.
La crisis económica obstaculiza encontrar financiación, pero también las reticencias de parte del mundo académico, anclado muchas veces en técnicas del pasado y en “comerse y recomerse las mismas piedras” en yacimientos a los que no se permite acceder a investigadores de la nueva generación.
Sin embargo, Alberto Pichardo continúa con este y otros proyectos ilusionantes. Alejandro IV ocupa buena parte de su tiempo y de su propia vida, pero otros interrogantes llaman a su puerta. La búsqueda de los restos de un importante artista italiano en cuya inmortal obra posan sus ojos cientos de personas a diario es uno de esos proyectos que requieren manejarse con un buen equilibrio entre el entusiasmo y la cautela. Indagar en túneles y criptas es harto complicado, pero la luz es terca y siempre acaba abriéndose paso, incluso en los pasajes más angostos.