La falta de financiación pública retrasa el parque paleolítico de Atapuerca

JUANMA GALLEGO  MIÉRCOLES 06.11.2013

La ausencia de respaldo de las administraciones públicas al proyecto de creación de un parque de fauna del Pleistoceno en Atapuerca está retrasando los plazos inicialmente previstos por la asociación Paleolítico Vivo para poner en marcha la iniciativa. La ilusión y el voluntarismo de sus promotores suplen con creces este muro burocrático.

Dos ejemplares de caballo de Przewalski, una raza indómita que solo habita en las estepas de Mongolia y de la que apenas quedan unos 1.500 ejemplares, pastan con tranquilidad en una zona de monte público acotada. Se trata de dos espléndidos representantes de la última raza de caballos salvajes de nuestro mundo. ”Fíjate en las crines levantadas”, señala con entusiasmo Eduardo Cerdá. “Estos son los caballos dibujados en el arte paleolítico de Altamira o Lascaux”.

Cerdá es gerente de la asociación Paleolítico Vivo, una organización que quiere poner en marcha una idea tan pionera como atractiva: crear cerca del yacimiento de Atapuerca una reserva de animales prehistóricos y en peligro de extinción que, además, pueda ser visitada. “Queremos crear una auténtica inmersión en la prehistoria, de forma que parezca un viaje en el tiempo”, explica. “El visitante se situará de repente en un bosque de hace 20.000 años, con los mismos animales y siendo uno más en ese medio salvaje. Se trata de sentirse como nuestros antepasados en el paleolítico”, resume Cerdá.

Esos dos caballos de Przewalski y una docena de caballos tarpán son la avanzadilla de un proyecto que quiere introducir además bisontes y uros en este entorno natural en el que los habitantes de Atapuerca tenían sus cazaderos habituales.

El bisonte europeo, al igual que el caballo de Przewalski, también es una especie amenazada. Tan solo quedan unos 600 ejemplares en Bialowieza, el último bosque primigenio de Europa. Situado entre Polonia y Bielorrusia, la exigua población de este imponente animal se encuentra dividida en dos por una valla de acero que erigieron los soviéticos a lo largo de la frontera entre los dos países para evitar el tránsito desde la URSS a una Polonia agitada por el sindicato Solidaridad. No sucede lo mismo con el bisonte americano, que se explota comercialmente como ganadería en Estados Unidos.

Tanto el tarpán como el uro, las dos otras patas del cuarteto de especies que podrán contemplarse en la reserva paleolítica, son dos intentos modernos de recuperar estas especies extintas de caballo y vaca salvaje mediante recreaciones genéticas.

 

Imagen de Eduardo Cerdá

Eduardo Cerdá, de Paleolítico Vivo, junto a un caballo de Przewalski. Imagen: Juanma Gallego

 

 

Retraso administrativo

Pese a que una iniciativa de este calibre tendría una repercusión internacional y podría convertirse en un polo de desarrollo turístico, educativo y cultural, a día de hoy ninguna administración ha aportado financiación al proyecto.

La falta de apoyo institucional ha tenido que ser suplida con el trabajo desinteresado por parte de miembros de la asociación. Para asumir los costes acarreados por el transporte y cuidado de los animales, Cerdá y sus compañeros también han tenido que rascarse el bolsillo recurriendo a sus ahorros, pero sin una financiación externa el proyecto podría retrasarse aún más.

Por si esto fuera poco, desde Paleolítico Vivo aún están pendientes de recibir los permisos  administrativos necesarios para iniciar las actividades con normalidad. Al tratarse de un proyecto tan singular, la administración parece algo despistada respecto a las normas a aplicar.

Desde el punto de vista administrativo, estos animales se consideran ganado. Se trata de ejemplares asegurados, con microchip, dotados de su correspondiente código de explotación y con un veterinario asignado. Sin embargo, la administración estima que podría considerarse una introducción de especies en el medio natural.

El amplio recinto en el que se moverán los animales está dotado de un vallado pastor, un tipo de barrera apenas perceptible y completamente permeable para el resto de animales. Por eso, los miembros de la asociación, que cuenta con grandes referentes como el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga o el histórico naturalista Benigno Varillas, esperan superar pronto estos escollos y conseguir la financiación necesaria.

“Con unos 60.000 euros podríamos poner el proyecto en marcha en buenas condiciones”, se lamenta Cerdá.

“Necesitamos financiación para los cierres, básicamente cable eléctrico, baterías y postes, así como dinero para transportar los animales desde los puntos de origen. Son cantidades ínfimas para un proyecto de este tipo pero lo cierto es que nos está costando conseguir financiación”.

Un futuro ilusionante

Se trata, sin duda, de una cifra irrisoria, si tenemos en cuenta que es una iniciativa pionera en el mundo y que podría aportar un importante desarrollo turístico, cultural e incluso gastronómico. Este último aspecto es, precisamente, otra de las propuestas más singulares de financiación.

“Ya que algunos de estos animales se consideran ganado, ciertos ejemplares podrían ser sacrificados para carne, que sería vendida en los restaurantes de la zona con la denominación de carne paleolítica“. Según explica Cerda, el sabor no diferiría mucho del que tiene la carne de una vaca de carnicería, pero el cliente tendría la seguridad de estar degustando una res que ha estado pastando de forma salvaje y cuyos genes, desde luego, son más ancestrales que los de la carne habitual. Vender ese producto podría ayudar a hacer sostenible el proyecto.

Montes cerca de Atapuerca (Burgos)

Paraje en el que se establecerá Paleolítico Vivo, cerca de Atapuerca (Burgos). Imagen: Juanma Gallego

 

 

 

Más allá del planteamiento inicial, Cerdá guarda en la recámara otras experiencias originales que podrían ponerse en marcha en un futuro no muy lejano. Una de ellas es el proyecto “Humanos”, basado en la construcción de unas seis u ocho cabañas de pieles en las que se alojarían los visitantes que así lo desearan. Durante cuatro días se enseñaría a los participantes a conseguir recursos de la naturaleza, cazar, vestirse, buscar agua, secar el pescado y tallar herramientas o adornos que incluso podrían intercambiarse por comida con el resto de visitantes. “Lo más moderno que verían sería pasar los aviones por encima de sus cabezas”, bromea Cerdá.

Dejamos atrás los dos caballos de Przewalski que, ajenos a los problemas de sus cuidadores, pastan con tranquilidad junto a una yegua local. Regresamos al pueblo de Ibeas de Juarros con la idea de que no hay obstáculos si hay ilusión por delante. Hoy el río Arlanzón no se encuentra muy crecido, por lo que cruzarlo tampoco será un obstáculo para el todoterreno de Eduardo Cerdá. Al fin y al cabo, para superar las barreras sólo se necesita un poco de tesón y mucha voluntad. Algo que los humanos tenemos desde mucho antes de llegar a Atapuerca.

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